Por
Diana R. García B.
Fuente: elobservadorenlinea.com
Quien haya creído que
«la tumba perdida de Jesús» (según James Cameron, cineasta ganador del Oscar
por Titanic) es el más grande y revolucionario hallazgo de la arqueología,
capaz de acabar de una vez por todas con la «farsa» de la resurrección de
Cristo, anda atrasado en noticias: a lo
largo de los siglos se han descubierto numerosas «tumbas de Jesús»,
amparadas siempre por «expertos». Sin embargo, a la Iglesia verdadera nunca se
le ha perdido ninguna tumba, y ni siquiera se ha tambaleado con estas
«novedades».
Pues sí: hay una buena colección de tumbas de Jesús
por todo el mundo.
El Evangelio refiere que
Cristo fue sepultado en Jerusalén, en una tumba cercana al sitio de la
crucifixión, es decir, al Gólgota. Pues bien, el sitio que hoy es designado
como el Santo Sepulcro se encuentra muy próximo al Gólgota.
Después de la destrucción de Jerusalén, construyeron en el año 135, por órdenes del emperador Adriano, un templo sobre el Santo Sepulcro para dar culto a la diosa Venus. Pero en el siglo VI, Santa Elena, madre del converso emperador Constantino, se dirigió a Jerusalén en busca de la tumba.
Fueron los propios cristianos
de Jerusalén quienes persuadieron a santa Elena de que buscara la tumba bajo el
templo de Venus. Si ellos sabían que el
Santo Sepulcro estaba ahí era debido a una larga y consistente tradición.
El exitoso trabajo
arqueológico fue registrado hacia el
año 340 por el historiador Eusebio de Cesarea. Desde entonces, la
descubierta tumba ha sido reconocida por la Iglesia como el sepulcro que
albergó a Cristo antes de resucitar. Ortodoxos, sirios, armenios y coptos
también lo consideran así.
Aquí debería acabar la
historia, pero lamentablemente no ocurre de esta manera. Veamos los relatos de
otras tumbas:
La tumba del jardín
Nuestros hermanos
separados, siempre expertos en separación, han decidido hacerlo también en
cuanto a aceptar el Santo Sepulcro; así, la mayoría de los protestantes
modernos -y algunos no cristianos, como los mormones- prefieren la llamada Tumba del Jardín, situada en las
afueras de la Puerta de Damasco de la ciudad de Jerusalén. Este lugar, un
sepulcro tallado en la roca, fue propuesto en 1885 por Charles Gordon como «la
tumba de Jesús»; pero la verdad es que carece
de credibilidad histórica.
En Cachemira
En la ciudad de
Srinagar, en Cachemira (india), existe otra «tumba de Jesús». Este lugar se
hizo más o menos conocido gracias al libro que Andreas Faber-Kaiser lanzó en
1976: «Jesús vivió y murió en Cachemira».
Para trasladar a Jesús
tan lejos era necesario crear toda una
historia, y ésta fue la elegida: que Jesús sí fue crucificado, pero
nunca resucitó porque no se alcanzó a morir, sino que, cuando José de Arimatea lo bajó de la cruz, Cristo aún estaba vivo.
Tras reponerse de sus heridas, el Mesías huyó al norte de la India, donde pensaba encontrar nada menos que
a las diez tribus perdidas de Israel (¡zas!). Allí tuvo hijos con una mujer -¿se casaría con ella?- y murió de muerte natural a una edad muy
avanzada.
Las pruebas que esgrimen
los entusiastas de esta «tumba de Jesús» es que desde hace 1900 años se venera
ese sepulcro como tal; que hay un
hombre llamado Basharat Saleem que afirma ser el descendiente vivo de Jesús
(si alguien dice ser descendiente del monstruo del lago Ness, ¿por sólo decirlo
se convierte en verdad?), y que hay indicios (¿cuáles?) de que alguien muy parecido a Jesús predicó por
aquella región.
Más lejos aún: Japón
Una de las versiones más
extravagantes es la que sitúa la tumba de Jesús en Japón, pues ¿puede haber
algo más ajeno a los escenarios bíblicos que aquella nación?
Pues bien, a pesar de
todo, en un pequeño valle del norte de Shingo, hay un bosque donde se venera
una modesta cruz de madera colocada sobre un montículo de tierra, y en la cruz
está grabado el nombre de Cristo. Aunque nunca se ha excavado en ese el lugar (por lo que se ignora si al
menos hay ahí algún cuerpo humano enterrado), en el camino hay una señalización
que indica que ahí está la «tumba de Cristo». Se supone que aquel supuesto
sepulcro tiene 2000 años de antigüedad, y es visitado anualmente por unas 40
mil personas.
Para promover un peregrinaje así, es necesario crear una trama, por lo que el anciano lugareño Sajiro Sawaguchi salió al rescate (¡por supuesto, es el dueño del terreno que alberga la "tumba"!). Así es el cuento:
En 1935 un hombre
llamado Kiyomaro Takeuchi descubrió un documento que resultó ser ni más ni
menos que el testamento de Jesús,
en el que se menciona que Shingo fue el lugar elegido para que reposaran los
restos del Mesías. Pero, claro, el Gobierno prohibió que se divulgara el
contenido del documento dadas las repercusiones mundiales que tendría.
Para que Jesús eligiera
ese sitio hacía falta que lo conociera, así que fue necesario introducir en la historia que Cristo vivió parte de su vida oculta en Japón, a donde habría
llegado cuando tenía 21 años de edad.
Y aquí viene lo «mejor»:
Jesús regresó a territorio judío para completar su misión, pero Isukiri, su hermano gemelo (¡sí, leyó bien!)
lo reemplazó en la Pasión, por lo que Jesús pudo regresar a Japón, donde
murió a los 114 años, casado, con tres
hijas y cultivando arroz.
Faltaban los templarios
Como los templarios -no
los históricos, sino los inventados- están de moda, no puedo dejar de nombrar
la «tumba de Jesús» de
Rennes-Le-Château, Francia.
Se trataba de un pueblito con un simpático castillo, a donde se supone llegaron los templarios encargados de trasladar el cuerpo de Cristo (¡¡¿y la Resurrección??!!) desde Tierra Santa hasta esta zona del Languedoc para ponerlo fuera del alcance de los musulmanes.
Ahí, en un paraje
escarpado, hay una tumba «extraña». Por otro lado, Nicolas Poussin, pintó en
1840, en Roma, su obra titulada «Los Pastores de la Arcadia», que
muestra una tumba muy parecida a la de Rennes-Le-Château, y tiene la
inscripción «Et in Arcadia ego». Se supone que fue borrada una palabra
de la pintura, de manera que originalmente decía «Et in Arcadia ego sum»,
lo cual es un anagrama de «Arcam dei tango Iesu», que significa «He
tocado la tumba de Jesús». Conclusión: la tumba de Rennes-Le-Château es el
«verdadero» sepulcro de Jesús.
En fin, no cabe duda de
que el ser humano puede tener una
imaginación prodigiosa.
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