martes, 15 de noviembre de 2016

Palíndromos ingeniosos



Palíndromo latino encontrado en una columna de las ruinas  de Pompeya


Echele leche
Isaac no ronca así.
La ruta nos aportó otro paso natural
Le avisará Sara si va él
Luz azul
No bajará Sara jabón.
No deseo yo ese don.
No subas, abusón.
No, loca, yo voy a Colón.
No. Él usará esa para pasear a su león.
O rey o joyero.
O sacáis ropa por si acaso.
Obeso, lo sé: sólo sebo.
Oí lo de mamá: me dolió.
Otra pera reparto.
Rápido, di par!
Sam, nos sometemos: son más.
Sara, a la rusa rasúrala a ras.
Se van sus naves.
Se verla al revés.
Somos o no somos
Yo dono rosas, oro no doy.

Nuevas aventuras del padre Brown


Este cuento pertenece al libro de Conrado Nalé Roxlo, llamado Antología apócrifa, que, como lo indica su título, incluye relatos fingidos o escritos “a la manera de” diferentes autores.  En este caso, Nalé Roxlo copia el estilo, el tipo de argumento y los personajes del escrito británico Gilbert Chesterton (1874 – 1936).
Chesterton escribió una serie de relatos detectivescos que tenían como protagonista al padre Brown y que se encuadran dentro de la tradición del relato policial inglés, basado generalmente en una intriga que se devela gracias a las dotes deductivas del investigador.  En este cuento Nalé Roxlo rinde un homenaje a Chesterton en el que está presente cierto humor.  Este humor se debe, en gran parte, al narrador del cuento que, si bien no participa de lo que cuenta, no pierde la oportunidad de opinar sobre los personajes y los hechos.
Ilustra este post un afiche de la pelicula "Padre Brown detective", basada en el cuento "La cruz azul".


Muchas son las razones que pueden determinar a un caballero inglés a embarcarse en el puerto de Liverpool con rumbo a Australia.  No es la menos frecuente el deseo de ver a los canguros saltando en su propia salsa, pues el inglés medio carece de imaginación al extremo de tener que hacer largos viajes para tener una idea aproximada de un canguro, un templo budista o cualquier otra fantasía de Dios o de los hombres…

Ahora bien, si este inglés pertenece a la llamada clase comercial, es probable que haga ese viaje para vender a los australianos paños de Manchester fabricados por ellos mismos, pues si el inglés carece de fantasía, sabe en cambio explotar en beneficio propio la ajena.

También es posible que si este inglés, por extraña coincidencia, es una bailarina, haga el viaje para mostrar las piernas en los teatros de Melbourne y Sidney.  Pero como el padre Brown no se hallaba en ninguno de estos casos, ni tenía otras razones poderosas para ir a Australia, se dirigía acompañado por su amigo Flambeau en una clara mañana de primavera hacia la residencia campestre de Lord Brandy, situada entre las verdes colinas del condado de York.  Debía oír en confesión al viejo Lord, que se hallaba bastante grave a consecuencia de haber recibido en plena nariz la pelota que, jugando al golf, lanzara con su potente brazo el primer ministro Macdonald, lo que hizo decir a Bernard Shaw la tontería de que el gobierno laborista estaba más fuerte que nunca.

El padre Brown y Flambeau iban a pie, según su costumbre.  El curita estaba alegre, como lo demostraba el humo que se escapaba de su enorme pipa, dibujando retozonas figuras en el cielo azul de la mañana dominical.

- Mire usted – le dijo Flambeau, parándose de golpe y señalando con su grueso índice una mancha oscura y movible que se destacaba sobre lo verde de un prado.
El padre Brown se empinó sobre las puntas de los pies, hizo pantalla de la mano, miró un momento en la dirección indicada y luego echó a correr.
- ¡Padre, padre! ¿Dónde va usted?
El curita se ató la sotana a la cintura para dar mayor libertad a sus movimientos y, sin dejar de correr, le respondió:
- Amigo Flambeau: todo dedo que señala puede ser el dedo del Destino.
Flambeau inclinó la cabeza y corrió tras él.

Cuando llegaron, vieron que la mancha movible y oscura no era otra cosa que un corro de gente en torno a un hombre que yacía en la tierra.  Le hicieron sitio y un hombre se destacó del corro y le tendió la mano a tiempo que le decía:
- Llega usted como llovido del cielo, pues este es el más endiablado crimen en que me ha tocado actuar.

Era el inspector Smith, de la policía de Scotland Yard, que estimaba mucho al padre Brown desde que éste le ayudó a descubrir al sobrino de Jack, el Destripador, que también destripaba lo suyo.

El padre Brown sonrió y le dijo:
- Es verdad, Smith, llego caído del cielo; pero esto no debe extrañarle a usted, que es un cristiano viejo, pues todo lo que hay en el mundo y el mundo mismo ha caído del cielo.
- Amén – murmuró Flambeau.

. ¿Está muerto? – preguntó el sacerdote.
- Eso hemos creído de primera intención, considerando que la cabeza se halla separada del cuerpo unas quince pulgadas.
- Smith – dijo el padre Brown poniéndole una mano en el hombro -, es usted hombre sagaz y capaz de darse cuenta de una situación, por compleja que esta sea, de una sola ojeada.  Pero ¿está usted seguro de que se trata de un crimen?
- He ahí la hoz que sirvió para degollarlo.
- ¿Ha observado usted – preguntó el padre Brown, sin tomar en cuenta las palabras del policía – la forma de la nariz de este hombre, se ha fijado usted si sus ojo son redondos y están muy.- No…
- Pues dé vuelta usted esa cabeza y veamos.

Cuando un agente uniformado levantó la cabeza del decapitado y la mostró a los presentes, de todas las bocas salió el mismo grito:
- ¡Oh, un pájaro!
Efectivamente, la cabeza se parecía de un modo extraño a la de un ave, parecido que aumentaba el hecho de tener la nariz muy roja, como de ciertos papagayos de América y ciertos borrachos de todo el mundo.
- No hay crimen – dictaminó el curita -, y, si lo hay, es un crimen cuyo autor no caerá nunca en sus manos, Smith.

- No lo entiendo a usted, padre – murmuró el inspector.
- Tampoco entienden los niños de la doctrina el misterio de la Trinidad, y no por eso la Trinidad deja de ser un hecho tan evidente como la columna de Nelson o los huevos con jamón que me sirvieron de desayuno.
- Amén – murmuró Flambeau.

- ¿Quiere usted convencerse, Smith? Mire – y el padre Brown señaló a la garganta del cadáver, agregando -: ¿cómo se llama a esa clase de cuellos?
- Palomita – respondieron varios elegantes del corro.
- Muy bien.  Ahora fíjense ustedes en el jaquet de ese cadáver.  Pero así no lo pueden apreciar en toda su misteriosa significación.  Ayúdenme a quitárselo.

Cuando tuvo la prenda en la mano, pasó revista lentamente a todos los que allí estaban, y, después de detenido el examen, dijo a un joven vestido de tennisman, cuya estatura y grueso coincidían con los del muerto:
- ¿Quiere usted tener la bondad de quitarse la chaqueta y ponerse un momento este jaquet?...Bien, ahora haga el favor de alcanzarme la pipa – y diciendo esto arrojó su pipa a veinte pasos de distancia.  El joven obedeció. 

Todos los miraban sin entender.
- Hágame usted el favor de ir saltando en un pie – dijo el curita.  Y preguntó, volviéndose a los presentes:
- ¿A qué se parece?
- ¡A una golondrina!
- Exactamente.  Ahora miren hacia la derecha. ¿Qué hay?
- Un espantapájaros…
- Ni más ni menos.  Por lo tanto, Smith, no busque usted al criminal…a menos que detenga por complicidad inconsciente al camisero que le vendió este cuello, al sastre de Londres que le hizo ese jaquet, al hortelano que puso ese espantapájaros…y al Destino que le dio esa cara ornitológica.

Pero veo que no me entiende usted. Este hombre tenía cara de pájaro, lo que quiere decir que tenía también alma de pájaro, ya que, como todo el mundo sabe, la cara es el espejo del alma.  Sin darse él mismo cuenta, llevado por su íntima esencia, se ponía cuellos de palomita; por su deseo secreto o manifestado, el sastre le cortaba los jaquets sobre el molde de la cola de las golondrinas; se peinaba en forma de cresta, y, sin mayores investigaciones, con sólo ver su nariz se comprende que era aficionado al alpiste.

Sigan ustedes mi explicación. Este hombre – ave se encontró solo en el campo, su naturaleza ornitológica se impuso y posiblemente iba diciendo chiu – chirrichichiu, cuando vio el espantapájaros, se asustó y echó a correr…Lo demás está bien claro, tropezó y cayó sobre la hoz olvidada, degollándose.  Es un crimen, si usted quiere; pero un crimen cometido en defensa propia por la especie, un semihumano, como los centauros, como las sirenas que han tenido que desaparecer para dejar bien aclarada, y que no haya lugar a confusiones, la semejanza del hombre con Dios, que lo creó a su imagen.

Y el padre Brown hizo a los presentes una graciosa reverencia y se alejó del brazo de su inseparable amigo, el ex ladrón Flambeau.

viernes, 19 de febrero de 2016

Mar de flores


Cuando la esposa del señor Kuroki perdió la vista a causa de la diabetes, entró en una depresión tal que no se levantaba de la cama. Por eso, este japonés enamorado decidió plantar un inmenso jardín de flores para que su olor alegrara la vida de su señora. Dos años de trabajo duro fue lo que costó terminar esta obra de arte, pero el esfuerzo valió la pena. El lugar se transformó en un verdadero boom turístico pues más de siete mil personas por año visitan el jardín de la señor Kuroki: una alfombra de flores rosas conocidas como Shibazakura o Phlox de musgo. Los visitantes  buscan encontrar allí no sólo a las flores, sino también la conmovedora historia de amor que dio vida a este jardín.
La mujer ahora sonríe todos los días, porque como dijo San Agustín “la medida del amor es amar sin medida”.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Capilla del Buen Pastor


Calle San Jerónimo

circa 1929


El Rivera

Fotografía tomada entre 1890 y 1907. La Academia de Ciencias en la cuadra siguiente. Al lado, la Aduana, luego demolida para construir la Escuela Olmos.



Gruta y Capilla de Lourdes en construcción

Alta Gracia, circa 1916




Buenos Aires esq. San Jerónimo

circa 1918



Vélez Sarsfield esq. Deán Funes

circa 1955


Palíndromos



Acupuntura para adelgazar