jueves, 10 de julio de 2014

Los teléfonos móviles y la literatura


Por Hernán Casciari



Anoche le contaba a mi nieta un cuento infantil muy famoso, el de Hansel y Gretel de los hermanos Grimm.


En el  momento más tenebroso de la aventura, los niños descubren  que unos pájaros se han comido las estratégicas bolitas de pan, un  sistema muy simple que los hermanitos habían ideado para regresar a casa. Hansel y Gretel se descubren solos en el bosque, perdidos, y comienza a anochecer.


Mi nieta  me dice, justo en ese punto de clímax narrativo...No importa. Que lo llamen al   papá por el celular.


Entonces pensé, por primera vez, que mi nieta no tiene una noción de la vida ajena a la inalámbrica. Y al mismo tiempo descubrí qué espantosa resultaría la literatura -toda ella, en general- si el teléfono móvil hubiera existido siempre, como cree mi nieta.


Cuántos clásicos habrían perdido su nudo dramático, cuántas  tramas hubieran muerto antes de nacer, y sobre todo qué fácil se habrían solucionado los intríngulis más célebres de las grandes historias de ficción.


Piense el  lector, ahora mismo, en una historia clásica, en cualquiera que se le ocurra. Desde la Odisea hasta Pinocho, pasando por  El viejo y el mar, Macbeth, El hombre de la esquina rosada o La familia de Pascual Duarte. No importa si el argumento es elevado o popular, no importa la época ni la geografía. Piense el lector, ahora mismo, en una historia clásica que conozca al dedillo, con introducción, con nudo y con desenlace. ¿Ya está?


Muy bien. Ahora ponga un celular en el bolsillo del protagonista. No un viejo aparato negro empotrado en una pared, sino un  teléfono como los que existen hoy: con cobertura, con conexión a correo electrónico y Chat, mensajes de texto y con la posibilidad de realizar llamadas internacionales cuatribanda. ¿Qué pasa  con la historia elegida? ¿Funciona la trama como una seda, ahora que los  personajes pueden llamarse desde cualquier  sitio, ahora  que tienen la opción de chatear, generar videoconferencias y enviarse  mensajes de texto? ¿Verdad que no funciona un   carajo?.


Mi nieta, sin darse cuenta, me abrió anoche la puerta a una teoría espeluznante: la telefonía inalámbrica va a hacer añicos las viejas historias que narremos, las convertirá en anécdotas tecnológicas de calidad menor.


Con un   teléfono en las manos, por ejemplo, Penélope ya no espera con incertidumbre a   que el guerrero Ulises regrese del   combate.


Con un móvil en la canasta, Caperucita alerta a la abuela a tiempo y la llegada del leñador no es necesaria.


Con   telefonito, el Coronel sí tiene quién le escriba algún  mensaje, aunque fuese spam.


Y Tom Sawyer no se pierde en el Missisipi, gracias al servicio de localización de personas de Telefónica.


Y  el   chanchito de la casa de madera le avisa a su hermano que el lobo está yendo para allí. Y Gepetto recibe una alerta de la escuela, avisando que Pinocho no llegó por la mañana.


Un enorme  porcentaje de las historias escritas (o cantadas, o representadas) en los veinte siglos que anteceden al actual, han  tenido como principal fuente de conflicto la distancia, el desencuentro y la incomunicación. Han podido existir gracias a la ausencia de telefonía móvil.


Ninguna  historia de amor, por ejemplo, habría sido trágica o complicada, si los amantes esquivos hubieran tenido un teléfono en el bolsillo de la camisa.


La historia romántica por excelencia (Romeo y Julieta, de Shakespeare) basa toda su tensión dramática final en una incomunicación fortuita: la amante finge un suicidio, el enamorado la cree muerta y se mata, y entonces ella, al despertar,  se suicida de verdad. Si  Julieta hubiese tenido teléfono móvil, le habría escrito un mensajito de texto a Romeo en el capítulo seis:
..."M HGO LA MUERTA,
PERO NO TOY MUERTA.
NO T PRCUPES NI HGAS
IDIOTCS. BSO".

Y todo el grandísimo problemón dramático de los capítulos siguientes se habría evaporado. Las últimas cuarenta páginas de la obra no tendrían gollete, no se hubieran escrito nunca, si en la Verona del siglo catorce hubiera existido la promoción 'Banda ancha móvil' .


Muchas   obras importantes, además, habrían tenido que cambiar su nombre por otros más   adecuados.

La   tecnología, por ejemplo, habría  desterrado por completo la soledad en Aracataca y entonces la novela de García Márquez se llamaría 'Cien años sin conexión': narraría las aventuras de una familia en donde todos tienen el mismo nick(buendia23,a.buendia, aureliano_goodmornig) pero a  nadie le funciona el Messenger.


La famosa  novela de James M. Cain -'El cartero llama dos veces'- escrita en 1934 y llevada más tarde al cine, se llamaría 'El gmail me duplica los correos entrantes' y versaría sobre un marido cornudo que descubre (leyendo el
historial de chat de su  esposa) el romance de la joven adúltera con un forastero de malvivir.


Samuel  Beckett habría tenido que cambiar el nombre de su famosa tragicomedia en dos  actos por un título más acorde a los avances   técnicos. Por ejemplo, 'Godot tiene el teléfono apagado o está fuera del área de cobertura',   la historia de dos hombres que esperan, en un páramo, la llegada de un tercero   que no aparece nunca o que se quedó sin   saldo.


En la obra 'El jotapegé de Dorian Grey', Oscar Wilde contaría la historia de un joven que se mantiene siempre lozano y sin arrugas, en virtud a un pacto con Adobe Photoshop, mientras que en la carpeta Images de su teléfono una foto de su rostro se pixela sin remedio,  paulatinamente,   hasta   perder definición.


La bruja   del clásico Blancanieves no consultaría todas las noches al espejo sobre 'quién es la mujer más bella del mundo', porque el coste por llamada del oráculo sería de 1,90 la conexión y 0,60 el minuto; se contentaría con
preguntarlo una o dos veces al mes. Y al final se cansaría. También nosotros nos cansaríamos, nos aburriríamos, con estas historias de solución automática.


Todas las intrigas, los secretos y los destiempos de la literatura (los grandes obstáculos que siempre generaron las grandes tramas) fracasarían en la era de la telefonía móvil y del wifi.


Todo ese  maravilloso cine romántico en el que, al final, el muchacho corre como loco  por la ciudad, a contra reloj, porque su  amada está a punto de tomar un avión, se soluciona hoy con un SMS de cuatro   líneas.


Ya no hay  ese apuro cursi, ese remordimiento, aquella explicación que nunca llega; no   hay que detener a los aviones ni cruzar los mares. No hay que dejar bolitas de  pan en el bosque para recordar el camino de regreso a casa. La telefonía inalámbrica -vino a decirme anoche la Nina, sin querer- nos va a entorpecer las historias que contemos de ahora en adelante. Las hará más tristes, menos sosegadas, mucho más predecibles.


Y me pregunto, ¿no estará acaso ocurriendo lo mismo con la vida real, no estaremos  privándonos de aventuras novelescas por culpa de la conexión permanente?
¿Alguno de nosotros, alguna vez, correrá desesperado al aeropuerto para decirle a la mujer que ama que no suba a ese avión, que  la vida es aquí y ahora?


 No. Le enviaremos un mensaje de texto lastimoso, un mensaje breve desde el sofá. Cuatro líneas con mayúsculas. Quizá le haremos una llamada  perdida, y cruzaremos los dedos para que ella, la mujer amada, no tenga su telefonito en modo vibrador.


¿Para qué hacer el esfuerzo de vivir al borde de la aventura, si algo siempre nos va a interrumpir la incertidumbre? Una llamada a tiempo, un mensaje binario, una alarma.


Nuestro cielo ya está infectado de señales y secretos: cuidado que el duque está yendo allí para matarte, ojo que la manzana está  envenenada, no vuelvo esta noche a casa porque he bebido, si le das un beso a la muchacha se despierta y te ama. Papá, ven a buscarnos que unos pájaros se han comido las migas de pan.



Nuestras  tramas están perdiendo el brillo. Las escritas, las vividas, incluso las imaginadas, porque nos hemos convertido en héroes perezosos.



jueves, 12 de junio de 2014

Sic : Chesterton



«Vulgar es el que pasa junto a lo sublime y no se da cuenta»
Gilbert Keith Chesterton

domingo, 8 de junio de 2014

Marcha de los juguetes

Preciosa pieza musical de la opereta "Babes in Toyland", del compositor anglo- americano Victor Herbert (1859-1924)






sábado, 7 de junio de 2014

La ventana abierta

por Saki

Hector Hugh Munro (1870-1916) conocido por el seudónimo literario de Saki, fue un novelista y dramaturgo británico. Sus agudos y en ocasiones macabros relatos, recrearon irónicamente la sociedad y cultura victorianas en que vivió.
Esta ingeniosa "short story" es un claro ejemplo de su ácido humor.






-Mi tía bajará enseguida, señor Nuttel -dijo con mucho aplomo una señorita de quince años-; mientras tanto debe hacer lo posible por soportarme.

Framton Nuttel se esforzó por decir algo que halagara debidamente a la sobrina sin dejar de tomar debidamente en cuenta a la tía que estaba por llegar. Dudó más que nunca que esta serie de visitas formales a personas totalmente desconocidas fueran de alguna utilidad para la cura de reposo que se había propuesto.

-Sé lo que ocurrirá -le había dicho su hermana cuando se disponía a emigrar a este retiro rural-: te encerrarás no bien llegues y no hablarás con nadie y tus nervios estarán peor que nunca debido a la depresión. Por eso te daré cartas de presentación para todas las personas que conocí allá. Algunas, por lo que recuerdo, eran bastante simpáticas.

Framton se preguntó si la señora Sappleton, la dama a quien había entregado una de las cartas de presentación, podía ser clasificada entre las simpáticas.


-¿Conoce a muchas personas aquí? -preguntó la sobrina, cuando consideró que ya había habido entre ellos suficiente comunicación silenciosa.

-Casi nadie -dijo Framton-. Mi hermana estuvo aquí, en la rectoría, hace unos cuatro años, y me dio cartas de presentación para algunas personas del lugar.

Hizo esta última declaración en un tono que denotaba claramente un sentimiento de pesar.

-Entonces no sabe prácticamente nada acerca de mi tía -prosiguió la aplomada señorita.

-Sólo su nombre y su dirección -admitió el visitante. Se preguntaba si la señora Sappleton estaría casada o sería viuda. Algo indefinido en el ambiente sugería la presencia masculina.

-Su gran tragedia ocurrió hace tres años -dijo la niña-; es decir, después que se fue su hermana.

-¿Su tragedia? -preguntó Framton; en esta apacible campiña las tragedias parecían algo fuera de lugar.

-Usted se preguntará por qué dejamos esa ventana abierta de par en par en una tarde de octubre -dijo la sobrina señalando una gran ventana que daba al jardín.

-Hace bastante calor para esta época del año -dijo Framton- pero ¿qué relación tiene esa ventana con la tragedia?

-Por esa ventana, hace exactamente tres años, su marido y sus dos hermanos menores salieron a cazar por el día. Nunca regresaron. Al atravesar el páramo para llegar al terreno donde solían cazar quedaron atrapados en una ciénaga traicionera. Ocurrió durante ese verano terriblemente lluvioso, sabe, y los terrenos que antes eran firmes de pronto cedían sin que hubiera manera de preverlo. Nunca encontraron sus cuerpos. Eso fue lo peor de todo.


A esta altura del relato la voz de la niña perdió ese tono seguro y se volvió vacilantemente humana.


-Mi pobre tía sigue creyendo que volverán algún día, ellos y el pequeño spaniel que los acompañaba, y que entrarán por la ventana como solían hacerlo. Por tal razón la ventana queda abierta hasta que ya es de noche. Mi pobre y querida tía, cuántas veces me habrá contado cómo salieron, su marido con el impermeable blanco en el brazo, y Ronnie, su hermano menor, cantando como de costumbre "¿Bertie, por qué saltas?", porque sabía que esa canción la irritaba especialmente. Sabe usted, a veces, en tardes tranquilas como las de hoy, tengo la sensación de que todos ellos volverán a entrar por la ventana...


La niña se estremeció. Fue un alivio para Framton cuando la tía irrumpió en el cuarto pidiendo mil disculpas por haberlo hecho esperar tanto.

-Espero que Vera haya sabido entretenerlo -dijo.

-Me ha contado cosas muy interesantes -respondió Framton.

-Espero que no le moleste la ventana abierta -dijo la señora Sappleton con animación-; mi marido y mis hermanos están cazando y volverán aquí directamente, y siempre suelen entrar por la ventana. No quiero pensar en el estado en que dejarán mis pobres alfombras después de haber andado cazando por la ciénaga. Tan típico de ustedes los hombres ¿no es verdad?


Siguió parloteando alegremente acerca de la caza y de que ya no abundan las aves, y acerca de las perspectivas que había de cazar patos en invierno. Para Framton, todo eso resultaba sencillamente horrible. Hizo un esfuerzo desesperado, pero sólo a medias exitoso, de desviar la conversación a un tema menos repulsivo; se daba cuenta de que su anfitriona no le otorgaba su entera atención, y su mirada se extraviaba constantemente en dirección a la ventana abierta y al jardín. Era por cierto una infortunada coincidencia venir de visita el día del trágico aniversario.

-Los médicos han estado de acuerdo en ordenarme completo reposo. Me han prohibido toda clase de agitación mental y de ejercicios físicos violentos -anunció Framton, que abrigaba la ilusión bastante difundida de suponer que personas totalmente desconocidas y relaciones casuales estaban ávidas de conocer los más íntimos detalles de nuestras dolencias y enfermedades, su causa y su remedio-. Con respecto a la dieta no se ponen de acuerdo.

-¿No? -dijo la señora Sappleton ahogando un bostezo a último momento. Súbitamente su expresión revelaba la atención más viva... pero no estaba dirigida a lo que Framton estaba diciendo.

-¡Por fin llegan! -exclamó-. Justo a tiempo para el té, y parece que se hubieran embarrado hasta los ojos, ¿no es verdad?


Framton se estremeció levemente y se volvió hacia la sobrina con una mirada que intentaba comunicar su compasiva comprensión. La niña tenía puesta la mirada en la ventana abierta y sus ojos brillaban de horror. Presa de un terror desconocido que helaba sus venas, Framton se volvió en su asiento y miró en la misma dirección.



En el oscuro crepúsculo tres figuras atravesaban el jardín y avanzaban hacia la ventana; cada una llevaba bajo el brazo una escopeta y una de ellas soportaba la carga adicional de un abrigo blanco puesto sobre los hombros. Los seguía un fatigado spaniel de color pardo. Silenciosamente se acercaron a la casa, y luego se oyó una voz joven y ronca que cantaba: "¿Dime, Bertie, por qué saltas?"


Framton agarró deprisa su bastón y su sombrero; la puerta de entrada, el sendero de grava y el portón, fueron etapas apenas percibidas de su intempestiva retirada. Un ciclista que iba por el camino tuvo que hacerse a un lado para evitar un choque inminente.



-Aquí estamos, querida -dijo el portador del impermeable blanco entrando por la ventana-: bastante embarrados, pero casi secos. ¿Quién era ese hombre que salió de golpe no bien aparecimos?

-Un hombre rarísimo, un tal señor Nuttel -dijo la señora Sappleton-; no hablaba de otra cosa que de sus enfermedades, y se fue disparado sin despedirse ni pedir disculpas al llegar ustedes. Cualquiera diría que había visto un fantasma.

-Supongo que ha sido a causa del spaniel -dijo tranquilamente la sobrina-; me contó que los perros le producen horror. Una vez lo persiguió una jauría de perros parias hasta un cementerio cerca del Ganges, y tuvo que pasar la noche en una tumba recién cavada, con esas bestias que gruñían y mostraban los colmillos y echaban espuma encima de él. Así cualquiera se vuelve pusilánime.



La fantasía sin previo aviso era su especialidad.

Palíndromos

Dábale arroz a la zorra el abad.


martes, 3 de junio de 2014

Nono

La palabra NOVENO tiene tres sílabas. Si le quitas la del medio, no cambia su significado.




Gabinete ingenioso

Este gabinete es uno de los logros más distinguidos en la industria de la mueblería Europea, y es el producto más importante del taller de Abraham  y David Roetgen´s (siglo XVIII).  Este escitorio, coronado por un reloj de carillón, cuenta con paneles de marquetería y mecanismos de funcionamiento que permiten que las puertas y los cajones se abran de forma automática al presionar un botón. Es una magnífica creación, especialmente si tenemos en cuenta que fue fabricada más de 200 años atrás. 
Propiedad del Rey Frederick William II, es único en diseño, funcionamiento y tamaño. Se encuentra en Berlín, en el Museo Metropolitano de Arte, en la sección Invenciones Extravagantes.  



Palíndromos



Palíndromos

Isaac, se pesca así.


lunes, 2 de junio de 2014

Casa Galíndez

 Av. General Paz esquina La Rioja, c. 1915
(Córdoba, Argentina)




Juegos de niños



Fotografía del óleo "Jeux d´enfants" del pintor flamenco Pieter Brueghel el Viejo, (siglo XVI), y en el cual se retrata un repertorio de 86 juegos populares infantiles de la época, llevados a cabo por 246 personajes diferentes.

Invitación



A la manera de Federico García Lorca....

En este genial poema de “Antología Apócrifa”, Conrado Nalé Roxlo parodia, con sutil ironía, al García Lorca del “Romancero Gitano”.


Crimen y justificación de Antoño Retoño

“Antoño Retoño mató a su mujer
con siete pistolas y un alfiler;
le sacó las tripas, las llevó a vender;
-¡a siete reales, son de mi mujer!”

                       (Anónimo)
Antoño Retoño viene
por los prados de tomillo
moviendo con sus canciones
las copas de los olivos.
Viene alegre porque ignora
que está listo su destino
 a mezclar aguas de muerte
de su sangre al rojo vino.

- ¿Qué hiciste Antoño en tu casa?
¡Preparaste tu martirio!
Ya están alzando en la plaza
una horca de dos pisos.
Te buscan guardias civiles
por ventas y por caminos,
que llevan orden de Prim
de traerte muerto o vivo.

-De todo lo que me pase
 a mí se me importa un higo,
que soy Antoño Retoño
cuñado de un arzobispo,
y tengo una entrada al cielo
firmada por Jesucristo.

-¡Ay, Antoño, no blasfemes!
Más te valiera ser tísico
o tener una chumbera
floreciendo en el ombligo,
que toda la villa dice
que no eres un buen marido.

-¡De villas murmuradoras
se me importan tres pepinos!
Mi mujer va por el cielo
con un hermoso vestido
de randas y lentejuelas,
lleva un pañolón tejido
con rosas y cacahuetes,
que ha de costar un sentido.
y el Primado de Toledo
le da aire con su abanico.
Le llevan la cola siete
ángeles de azucarillo,
y, porque no pise el suelo,
un capote le han tendido
con un trocito del cual
se piensa hacer San Basilio
un relicario muy mono
bordado en cuentas de vidrio.
Si yo le saqué las tripas
 ése es un asunto mío;
que tripas de la mujer
son las tripas del marido,
y las cosas de mi hogar
yo solo las determino.

-Ya se lo dirás al juez.
-No será el juez tan cretino
para en las vidas ajenas
andar metiendo el hocico.
Pero si mucho pregunta,
por no ser descomedido,
le diré cómo pasaron
las cosas, en mi sentido.

Yo tengo siete pistolas,
que siempre las he tenido,
y las llevo en la cintura
por si algún entrometido
me mirara de reojo
o con un ojo de vidrio;
y un alfiler con que prendo
a mi solapa el ramito
de yerba buena y claveles
que las mozas del partido
me dan cuando ando de juerga
con mi amigo Lagartijo,
o con el Duque de Osuna
y otros muchachos corridos.

Ayer salí de la venta
del Paco, ya oscurecido;
las estrellas alumbraban
el cielo recién nacido
en el que las nubes blancas
eran pañales de armiño;
la vía láctea chorreaba
como un seno primerizo
gotas de fósforo verde
sobre corderos dormidos,
y el río estiraba el cuello
su largo cuello de lirio,
para ver a qué jugaban
en el salón del Casino.
Yo estaba un tanto beodo,
y no por causa del vino,
sino a causa de unos versos
que me leyó Federico,
que entre cabeza y sombrero
me andaban haciendo ruido.
Y cuando llegué a mi casa,
entre las tres y las cinco,
hallé a mi mujer dormida
sobre cojines moriscos.

El cabello le caía
por los hombros de jacinto
hasta los pies de una higuera
que hay a kilómetro y pico.
¡Nunca la viera tan bella!
y, para mayor deliquio,
en  la orla de su falda
dormían siete gatitos
verdes, azules y lilas
como pájaros teñidos.
Me quedé mirando un rato
aquel juguete tan fino,
y, como los churumbeles
-yo siempre he sido muy niño-,
quise ver de qué manera
funcionaba el mecanismo,
y así le saqué las tripas
por puro cientificismo.

Pistoletazos le daba
y ella devolvía gritos;
era como un juego de ecos
que estuvieran confundidos,
y por fin entregó el alma
de perfume y de suspiro
cuando el alfiler de oro
le clavé cerca del píloro.
Después le saqué las tripas
-¡ay, qué bonito!-,
parecían de coral,
pero del coral más fino
recién sacado del mar
con algas y pescaditos.
Medirían, más o menos,
doscientos metros cumplidos.

Y si las llevé a vender
es porque soy su marido.