Si amorislaeticias tu conciencia,
serás un cristiano de miel y no de hiel, acorde a los tiempos y las sonrisas.
Si bergoglias tu fe, mirarás a tu
hermano y verás sus necesidades de pan, vestido, educación, justicia social.
Si exultas y gozas, te darás
cuenta de que Dios no está fuera de ti, sino a la medida de tu corazón y no te
exigirá que cambies, pues entonces te regalará a ti mismo, tal y como eres.
Si dejas de juzgar, el primer
absuelto serás tú. Y el pecado ya no será un enemigo, sino un medio para
reconciliarte con la vida, que sabes que es siempre imperfecta.
¿Por qué pretendes ser perfecto?
La soberbia de querer ser mejor
que Dios (que envió a Jesucristo, el narrador de su misericordia, para
tranquilizarnos y liberarnos de los pesados Mandamientos) te condena a no
alcanzar la felicidad que el Señor ha dispuesto para ti en este mundo.
Sí, láudate y armonízate con la
tierra, expande tu conciencia y discierne tu propio camino. Hay infinitas
maneras de santificarte, incluso la de ser medio santo, o un cuarto y mitad.
Lo importante es lograr, con tu
creatividad y las sorpresas del espíritu humano, asumir la fragilidad y seguir
ese camino personal, a tu manera, sin agobios, sin tensiones, con muchas
vibras.
Sabes que la verdad es poliédrica
y que el tiempo acabará superando las situaciones, sean las que sean. Déjate
evolucionar con la verdad. Nada hay inamovible y el ser humano es un camino que
se debe recorrer con alegría, aunque nunca se llegue al punto Omega. Ofrece lo
que en cada momento eres, porque eso es necesariamente bueno.
Si hasta Judas se salvó, ¿crees
que la misericordia de Dios no va a regalarte la felicidad eterna?
Reza por mí, aunque ya esté
salvado.
Fuente: Infocatólica