Ilustra este post un afiche de la pelicula "Padre Brown detective", basada en el cuento "La cruz azul".
Muchas son las razones que pueden determinar a un
caballero inglés a embarcarse en el puerto de Liverpool con rumbo a
Australia. No es la menos frecuente el
deseo de ver a los canguros saltando en su propia salsa, pues el inglés medio
carece de imaginación al extremo de tener que hacer largos viajes para tener
una idea aproximada de un canguro, un templo budista o cualquier otra fantasía
de Dios o de los hombres…
Ahora bien, si este inglés pertenece a la llamada
clase comercial, es probable que haga ese viaje para vender a los australianos
paños de Manchester fabricados por ellos mismos, pues si el inglés carece de
fantasía, sabe en cambio explotar en beneficio propio la ajena.
También es posible que si este inglés, por extraña
coincidencia, es una bailarina, haga el viaje para mostrar las piernas en los
teatros de Melbourne y Sidney. Pero como
el padre Brown no se hallaba en ninguno de estos casos, ni tenía otras razones
poderosas para ir a Australia, se dirigía acompañado por su amigo Flambeau en
una clara mañana de primavera hacia la residencia campestre de Lord Brandy,
situada entre las verdes colinas del condado de York. Debía oír en confesión al viejo Lord, que se
hallaba bastante grave a consecuencia de haber recibido en plena nariz la
pelota que, jugando al golf, lanzara con su potente brazo el primer ministro
Macdonald, lo que hizo decir a Bernard Shaw la tontería de que el gobierno
laborista estaba más fuerte que nunca.
El padre Brown y Flambeau iban a pie, según su
costumbre. El curita estaba alegre, como
lo demostraba el humo que se escapaba de su enorme pipa, dibujando retozonas
figuras en el cielo azul de la mañana dominical.
- Mire usted – le dijo Flambeau, parándose de golpe
y señalando con su grueso índice una mancha oscura y movible que se destacaba
sobre lo verde de un prado.
El padre Brown se empinó sobre las puntas de los
pies, hizo pantalla de la mano, miró un momento en la dirección indicada y
luego echó a correr.
- ¡Padre, padre! ¿Dónde va usted?
El curita se ató la sotana a la cintura para dar
mayor libertad a sus movimientos y, sin dejar de correr, le respondió:
- Amigo Flambeau: todo dedo que señala puede ser el
dedo del Destino.
Flambeau inclinó la cabeza y corrió tras él.
Cuando llegaron, vieron que la mancha movible y
oscura no era otra cosa que un corro de gente en torno a un hombre que yacía en
la tierra. Le hicieron sitio y un hombre
se destacó del corro y le tendió la mano a tiempo que le decía:
- Llega usted como llovido del cielo, pues este es
el más endiablado crimen en que me ha tocado actuar.
Era el inspector Smith, de la policía de Scotland
Yard, que estimaba mucho al padre Brown desde que éste le ayudó a descubrir al
sobrino de Jack, el Destripador, que también destripaba lo suyo.
El padre Brown sonrió y le dijo:
- Es verdad, Smith, llego caído del cielo; pero esto
no debe extrañarle a usted, que es un cristiano viejo, pues todo lo que hay en
el mundo y el mundo mismo ha caído del cielo.
- Amén – murmuró Flambeau.
. ¿Está muerto? – preguntó el sacerdote.
- Eso hemos creído de primera intención,
considerando que la cabeza se halla separada del cuerpo unas quince pulgadas.
- Smith – dijo el padre Brown poniéndole una mano en
el hombro -, es usted hombre sagaz y capaz de darse cuenta de una situación,
por compleja que esta sea, de una sola ojeada.
Pero ¿está usted seguro de que se trata de un crimen?
- He ahí la hoz que sirvió para degollarlo.
- ¿Ha observado usted – preguntó el padre Brown, sin
tomar en cuenta las palabras del policía – la forma de la nariz de este hombre,
se ha fijado usted si sus ojo son redondos y están muy.- No…
- Pues dé vuelta usted esa cabeza y veamos.
Cuando un agente uniformado levantó la cabeza del
decapitado y la mostró a los presentes, de todas las bocas salió el mismo
grito:
- ¡Oh, un pájaro!
Efectivamente, la cabeza se parecía de un modo
extraño a la de un ave, parecido que aumentaba el hecho de tener la nariz muy
roja, como de ciertos papagayos de América y ciertos borrachos de todo el
mundo.
- No hay crimen – dictaminó el curita -, y, si lo
hay, es un crimen cuyo autor no caerá nunca en sus manos, Smith.
- No lo entiendo a usted, padre – murmuró el
inspector.
- Tampoco entienden los niños de la doctrina el
misterio de la Trinidad, y no por eso la Trinidad deja de ser un hecho tan
evidente como la columna de Nelson o los huevos con jamón que me sirvieron de
desayuno.
- Amén – murmuró Flambeau.
- ¿Quiere usted convencerse, Smith? Mire – y el
padre Brown señaló a la garganta del cadáver, agregando -: ¿cómo se llama a esa
clase de cuellos?
- Palomita – respondieron varios elegantes del
corro.
- Muy bien.
Ahora fíjense ustedes en el jaquet de ese cadáver. Pero así no lo pueden apreciar en toda su
misteriosa significación. Ayúdenme a
quitárselo.
Cuando tuvo la prenda en la mano, pasó revista
lentamente a todos los que allí estaban, y, después de detenido el examen, dijo
a un joven vestido de tennisman, cuya estatura y grueso coincidían con los del
muerto:
- ¿Quiere usted tener la bondad de quitarse la
chaqueta y ponerse un momento este jaquet?...Bien, ahora haga el favor de
alcanzarme la pipa – y diciendo esto arrojó su pipa a veinte pasos de
distancia. El joven obedeció.
Todos los miraban sin entender.
- Hágame usted el favor de ir saltando en un pie –
dijo el curita. Y preguntó, volviéndose
a los presentes:
- ¿A qué se parece?
- ¡A una golondrina!
- Exactamente.
Ahora miren hacia la derecha. ¿Qué hay?
- Un espantapájaros…
- Ni más ni menos.
Por lo tanto, Smith, no busque usted al criminal…a menos que detenga por
complicidad inconsciente al camisero que le vendió este cuello, al sastre de
Londres que le hizo ese jaquet, al hortelano que puso ese espantapájaros…y al
Destino que le dio esa cara ornitológica.
Pero veo que no me entiende usted. Este hombre tenía
cara de pájaro, lo que quiere decir que tenía también alma de pájaro, ya que,
como todo el mundo sabe, la cara es el espejo del alma. Sin darse él mismo cuenta, llevado por su
íntima esencia, se ponía cuellos de palomita; por su deseo secreto o
manifestado, el sastre le cortaba los jaquets sobre el molde de la cola de las
golondrinas; se peinaba en forma de cresta, y, sin mayores investigaciones, con
sólo ver su nariz se comprende que era aficionado al alpiste.
Sigan ustedes mi explicación. Este hombre – ave se
encontró solo en el campo, su naturaleza ornitológica se impuso y posiblemente
iba diciendo chiu – chirrichichiu, cuando vio el espantapájaros, se asustó y
echó a correr…Lo demás está bien claro, tropezó y cayó sobre la hoz olvidada,
degollándose. Es un crimen, si usted
quiere; pero un crimen cometido en defensa propia por la especie, un
semihumano, como los centauros, como las sirenas que han tenido que desaparecer
para dejar bien aclarada, y que no haya lugar a confusiones, la semejanza del
hombre con Dios, que lo creó a su imagen.
Y el
padre Brown hizo a los presentes una graciosa reverencia y se alejó del brazo
de su inseparable amigo, el ex ladrón Flambeau.