Un joven poeta
dirigió a tres hermanas casaderas una declaración amorosa. Sólo que al escribir
sus versos el poeta no utilizó signos de puntuación. Las interesadas debían
colocar los signos y, de esa forma, tratar de adivinar los sentimientos del
joven.
Los versos decían:
Tres
bellas que bellas son
me han
exigido las tres
que diga
de ellas cuál es
la que ama
mi corazón
Si
obedecer es razón
digo que
amo a Soledad
No a Julia
cuya bondad
persona
humana no tiene
No aspira
mi amor a Irene
que no es
poca su beldad.
Soledad, que abrió la carta, la leyó a
su conveniencia así:
Tres
bellas, que bellas son,
me han
exigido las tres,
que diga
de ellas cuál es
la que ama
mi corazón.
Si
obedecer es razón,
digo que
amo a Soledad;
no a
Julia, cuya bondad
persona
humana no tiene;
No aspira
mi amor a Irene,
La hermosa Julia no estuvo de acuerdo y
leyó así dando por cierto que era ella la preferida:
Tres
bellas, que bellas son,
me han
exigido las tres,
que diga
de ellas cuál es
la que ama
mi corazón.
Si
obedecer es razón,
digo
que... ¿Amo a Soledad?
¡No!, a
Julia, cuya bondad
persona
humana no tiene.
No aspira
mi amor a Irene,
que no es
poca su beldad.
Irene, convencida de que sus hermanas
estaban equivocadas la leyó así:
Tres
bellas, que bellas son,
me han
exigido las tres,
que diga
de ellas cuál es
la que ama
mi corazón
Si
obedecer es razón,
digo que ¿Amo
a Soledad?
¡No! A
Julia cuya bondad
persona
humana no tiene?
¡No!
Aspira mi amor a Irene
que no es
poca su beldad.
Ante la duda, decidieron preguntarle al
joven. El joven, que no encontraba por cuál decidirse les respondió:
Tres
bellas que bellas son,
me han
exigido las tres,
que diga
de ellas cuál es
la que ama
mi corazón,
Si
obedecer es razón,
digo que ¿Amo
a Soledad?
¡No! ...¿A
Julia cuya bondad
persona
humana no tiene?
¡No!...¿Aspira
mi amor a Irene?