La eutrapelia es virtud aristocrática, propia de quien posee agilidad espiritual, por la cual es capaz de volverse fácilmente a las cosas bellas, joviales y recreativas, sin lastimar por ello la elegancia espiritual...
viernes, 18 de julio de 2014
Tarjetas de San Valentín....
viernes, 11 de julio de 2014
jueves, 10 de julio de 2014
Los teléfonos móviles y la literatura
Por Hernán Casciari
Anoche le contaba a mi nieta un cuento infantil muy
famoso, el de Hansel y Gretel de los hermanos Grimm.
En el momento
más tenebroso de la aventura, los niños descubren que unos pájaros se han comido las
estratégicas bolitas de pan, un sistema
muy simple que los hermanitos habían ideado para regresar a casa. Hansel y
Gretel se descubren solos en el bosque, perdidos, y comienza a anochecer.
Mi nieta me
dice, justo en ese punto de clímax narrativo...No importa. Que lo llamen
al papá por el celular.
Entonces pensé, por primera vez, que mi nieta no
tiene una noción de la vida ajena a la inalámbrica. Y al mismo tiempo descubrí
qué espantosa resultaría la literatura -toda ella, en general- si el teléfono
móvil hubiera existido siempre, como cree mi nieta.
Cuántos clásicos habrían perdido su nudo dramático,
cuántas tramas hubieran muerto antes de
nacer, y sobre todo qué fácil se habrían solucionado los intríngulis más
célebres de las grandes historias de ficción.
Piense el
lector, ahora mismo, en una historia clásica, en cualquiera que se le
ocurra. Desde la Odisea hasta Pinocho, pasando por El viejo y el mar, Macbeth, El hombre de la
esquina rosada o La familia de Pascual Duarte. No importa si el argumento es
elevado o popular, no importa la época ni la geografía. Piense el lector, ahora
mismo, en una historia clásica que conozca al dedillo, con introducción, con
nudo y con desenlace. ¿Ya está?
Muy bien. Ahora ponga un celular en el bolsillo del
protagonista. No un viejo aparato negro empotrado en una pared, sino un teléfono como los que existen hoy: con
cobertura, con conexión a correo electrónico y Chat, mensajes de texto y con la
posibilidad de realizar llamadas internacionales cuatribanda. ¿Qué pasa con la historia elegida? ¿Funciona la trama
como una seda, ahora que los personajes
pueden llamarse desde cualquier sitio,
ahora que tienen la opción de chatear, generar
videoconferencias y enviarse mensajes de
texto? ¿Verdad que no funciona un
carajo?.
Mi nieta, sin darse cuenta, me abrió anoche la
puerta a una teoría espeluznante: la telefonía inalámbrica va a hacer añicos
las viejas historias que narremos, las convertirá en anécdotas tecnológicas de
calidad menor.
Con un
teléfono en las manos, por ejemplo, Penélope ya no espera con
incertidumbre a que el guerrero Ulises
regrese del combate.
Con un móvil en la canasta, Caperucita alerta a la
abuela a tiempo y la llegada del leñador no es necesaria.
Con
telefonito, el Coronel sí tiene quién le escriba algún mensaje, aunque fuese spam.
Y Tom Sawyer no se pierde en el Missisipi, gracias
al servicio de localización de personas de Telefónica.
Y el chanchito de la casa de madera le avisa a su
hermano que el lobo está yendo para allí. Y Gepetto recibe una alerta de la
escuela, avisando que Pinocho no llegó por la mañana.
Un enorme
porcentaje de las historias escritas (o cantadas, o representadas) en
los veinte siglos que anteceden al actual, han
tenido como principal fuente de conflicto la distancia, el desencuentro
y la incomunicación. Han podido existir gracias a la ausencia de telefonía móvil.
Ninguna
historia de amor, por ejemplo, habría sido trágica o complicada, si los amantes
esquivos hubieran tenido un teléfono en el bolsillo de la camisa.
La historia romántica por excelencia (Romeo y
Julieta, de Shakespeare) basa toda su tensión dramática final en una
incomunicación fortuita: la amante finge un suicidio, el enamorado la cree
muerta y se mata, y entonces ella, al despertar, se suicida de verdad. Si Julieta hubiese tenido teléfono móvil, le
habría escrito un mensajito de texto a Romeo en el capítulo seis:
..."M
HGO LA MUERTA,
PERO
NO TOY MUERTA.
NO
T PRCUPES NI HGAS
IDIOTCS.
BSO".
Y todo el grandísimo problemón dramático de los
capítulos siguientes se habría evaporado. Las últimas cuarenta páginas de la
obra no tendrían gollete, no se hubieran escrito nunca, si en la Verona del
siglo catorce hubiera existido la promoción 'Banda ancha móvil' .
Muchas obras
importantes, además, habrían tenido que cambiar su nombre por otros más adecuados.
La
tecnología, por ejemplo, habría
desterrado por completo la soledad en Aracataca y entonces la novela de
García Márquez se llamaría 'Cien años sin conexión': narraría las aventuras de
una familia en donde todos tienen el mismo nick(buendia23,a.buendia, aureliano_goodmornig)
pero a nadie le funciona el Messenger.
La famosa
novela de James M. Cain -'El cartero llama dos veces'- escrita en 1934 y
llevada más tarde al cine, se llamaría 'El gmail me duplica los correos entrantes'
y versaría sobre un marido cornudo que descubre (leyendo el
historial de chat de su esposa) el romance de la joven adúltera con
un forastero de malvivir.
Samuel
Beckett habría tenido que cambiar el nombre de su famosa tragicomedia en
dos actos por un título más acorde a los
avances técnicos. Por ejemplo, 'Godot
tiene el teléfono apagado o está fuera del área de cobertura', la historia de dos hombres que esperan, en
un páramo, la llegada de un tercero que
no aparece nunca o que se quedó sin
saldo.
En la obra 'El jotapegé de Dorian Grey', Oscar Wilde
contaría la historia de un joven que se mantiene siempre lozano y sin arrugas,
en virtud a un pacto con Adobe Photoshop, mientras que en la carpeta Images de
su teléfono una foto de su rostro se pixela sin remedio, paulatinamente, hasta
perder definición.
La bruja del
clásico Blancanieves no consultaría todas las noches al espejo sobre 'quién es
la mujer más bella del mundo', porque el coste por llamada del oráculo sería de
1,90 la conexión y 0,60 el minuto; se contentaría con
preguntarlo una o dos veces al mes. Y al final se
cansaría. También nosotros nos cansaríamos, nos aburriríamos, con estas
historias de solución automática.
Todas las intrigas, los secretos y los destiempos de
la literatura (los grandes obstáculos que siempre generaron las grandes tramas)
fracasarían en la era de la telefonía móvil y del wifi.
Todo ese
maravilloso cine romántico en el que, al final, el muchacho corre como
loco por la ciudad, a contra reloj,
porque su amada está a punto de tomar un
avión, se soluciona hoy con un SMS de cuatro
líneas.
Ya no hay ese
apuro cursi, ese remordimiento, aquella explicación que nunca llega; no hay que detener a los aviones ni cruzar los
mares. No hay que dejar bolitas de pan
en el bosque para recordar el camino de regreso a casa. La telefonía inalámbrica
-vino a decirme anoche la Nina, sin querer- nos va a entorpecer las historias
que contemos de ahora en adelante. Las hará más tristes, menos sosegadas, mucho
más predecibles.
Y me pregunto, ¿no estará acaso ocurriendo lo mismo
con la vida real, no estaremos
privándonos de aventuras novelescas por culpa de la conexión permanente?
¿Alguno de nosotros, alguna vez, correrá desesperado
al aeropuerto para decirle a la mujer que ama que no suba a ese avión, que la vida es aquí y ahora?
No. Le
enviaremos un mensaje de texto lastimoso, un mensaje breve desde el sofá. Cuatro
líneas con mayúsculas. Quizá le haremos una llamada perdida, y cruzaremos los dedos para que
ella, la mujer amada, no tenga su telefonito en modo vibrador.
¿Para qué hacer el esfuerzo de vivir al borde de la
aventura, si algo siempre nos va a interrumpir la incertidumbre? Una llamada a
tiempo, un mensaje binario, una alarma.
Nuestro cielo ya está infectado de señales y
secretos: cuidado que el duque está yendo allí para matarte, ojo que la manzana
está envenenada, no vuelvo esta noche a
casa porque he bebido, si le das un beso a la muchacha se despierta y te ama.
Papá, ven a buscarnos que unos pájaros se han comido las migas de pan.
Nuestras tramas
están perdiendo el brillo. Las escritas, las vividas, incluso las imaginadas, porque
nos hemos convertido en héroes perezosos.
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